Hay huesos que hablan y revelan muchas cosas de las gentes del pasado para las generaciones actuales y futuras. Pero, si queremos oír sus voces, debemos prestar atención a las lecciones que nos dan las piedras y los objetos cotidianos.
Gracias al Museo Arqueológico de Eivissa y el Ayuntamiento de Vila, los segundos y últimos domingos de cada mes, a partir de las 19 H, aquellos interesados en saber más acerca de nuestros orígenes tienen la posibilidad de inscribirse en las visitas guiadas y teatralizadas que llevan a cabo miembros de dos colectivos de voluntarios, la Asociación de Amigos de la mencionada entidad y el dinámico grupo Iboshim, destinado a la recreación del mundo de los fenicios. Este fabuloso espectáculo visual y verbal no dispone de actores de verdad, sino que utiliza a personas deseosas de enseñar de una forma didáctica y, a la vez, amena. Imparten clases al aire libre, en el interior del mágico recinto, vallado y acondicionado, de la necrópolis del Puig des Molins. Además lo hacen sin ánimo de lucro, sólo por amor al arte, la cultura y las tradiciones. De la narración —realizada en idioma español— se encarga la historiadora Carmen Mezquida, que abre los ojos de la curiosidad a pequeños y adultos con sus rigurosas explicaciones.
Durante una hora aproximadamente, el público asiste a una lograda representación que nos traslada a mediados del siglo VII antes de Cristo, en concreto al año 654, fecha de la fundación de la ciudad de Eivissa. Los artífices del montaje emplean las lenguas propias de cada época para lograr mayor efecto. No dudan en ponerse vestidos de lino, cascos de cola de caballo, armaduras de latón y realistas espadas de hierro. Así nos adentramos sin más preámbulos en la máquina del tiempo y retrocedemos hasta el período fenicio. Se muestran con detalle los sepelios y los ritos funerarios de los pobladores de entonces, de los primeros colonizadores de las Pitiüses. Desembarcan en sa Caleta y se instalan después en Dalt Vila, donde excavarán la montaña sagrada del Puig des Molins para honrar a sus muertos. En el desfile participan el sacerdote, su esclavo, tres plañideras los parientes del finado. Luego siguen varios soldados, lo cual significa que la víctima era un importante militar. Se incinera el cadáver usando una pira de leña de pino y se machacan los huesos, triturándolos al máximo. El agua purificadora lavará los trozos antes de que sean colocados en su última morada, bajo tierra o labrada en roca. Si la familia paga lo estipulado, más lágrimas se derramarán y más oraciones se recitarán. Dependerá, pues, de su poder adquisitivo.
En el nicho se deposita el ajuar, rico o austero, según las circunstancias. Los bolsillos pobres se pudrirán irremediablemente en el osario. De hecho, los bienes materiales reunidos por el fallecido acompañan y protegen de los malos espíritus, como si se tratase de un crédito a fondo perdido. La muerte en sí se consideraba un tránsito, una especie de viaje a otra dimensión, y el afectado recorría este largo camino con sus pertenencias para renacer en el más allá. Se lee una amenaza dirigida a ahuyentar a los profanadores de tumbas, una maldición que habrá de pesar sobre ellos y sus descendientes.
Adelantamos cien años de un plumazo y nos encontramos de repente con los siguientes habitantes de la isla, los cartagineses, que no proceden del oeste de Asia sino del norte de África. Irrumpen en diversas oleadas, abandonan Dalt Vila e invaden el resto de Eivissa (la zona de Cala d’Hort, por ejemplo). Sin embargo, pese a los cambios demográficos, el Puig des Molins continúa siendo el lugar idóneo para efectuar ritos funerarios. Pero los nuevos ocupantes ya no incineran. Prefieren otro método, más ecológico, la inhumación en fosas. Los modernizados hipogeos rezuman olor a incienso y ocre. Quizás nos hallemos frente a un devoto de Tanit (o, mejor dicho, Tinit), la diosa de la fertilidad. En los sarcófagos, tallados con bloques de ‘marès’, se introducen conchas, terracotas (normalmente femeninas), figuras de delfines (que traen suerte a los navegantes), anillos, joyas y amuletos de Bes, el dios bonachón, que agradecen la misteriosa falta de serpientes y animales ponzoñosos. Algo difícil de asimilar por los púnicos. En los panteones hereditarios también se meten jarras de vino, huevos de avestruz (lujoso signo de regeneración), ánforas para guardar comida y lucernas, símbolos de la luz, de la claridad. La pintura roja imita la sangre y, por ello, la vida. Los veladores, los asistentes, serán purificados con agua bendita.
Aún hay más. La instructiva teatralización avanza hasta los romanos, los grandes conquistadores. El séquito, de carácter nocturno, aprovechará las tumbas ya existentes y las adaptará a sus necesidades. Los antiguos italianos, defensores del pragmatismo, combinan ambos sistemas, la incineración y la inhumación. Aumentan los adornos. Surgen los perfumes, los ungüentos, el vidrio y las mascarillas de cera. Se añaden las dos monedas para el barquero Caronte, que permitirá el paso a la otra vida. Paralelamente, se emplea la libación, el derramamiento de líquidos sobre el cuerpo, mediante vino o agua sagrada. Los cánticos fúnebres se pronuncian en latín, la lengua clásica por excelencia. En la limpieza de la carne y el alma jugaban un papel esencial los alimentos. No resulta extraño que se ofreciera un banquete a todos los presentes en el acto.
La puesta en escena, no apta para claustrofóbicos, va llegando a su conclusión. Es el momento de analizar el fenómeno de los expolios, que se intensifican desde 1903, cuando empiezan las excavaciones en el Puig des Molins. Son, fundamentalmente, los ayudantes de los arqueólogos, los mismos operarios, quienes roban las piezas más valiosas, no siempre las más emblemáticas. Incluso algún personaje ilustre, como el escritor Santiago Rusiñol, confeccionará su valiosa colección privada beneficiándose de ciertos energúmenos sin escrúpulos. Tan lamentables acciones también forman parte de la historia, triste, de la necrópolis, uno de los yacimientos más fascinantes del Mediterráneo, que alberga entre 3.000 y 3.500 hipogeos en sus casi seis hectáreas de superficie. Un botín muy apetitoso que hoy debemos seguir cuidando.
Trailer Cartago vs Roma – Factoría Difácil from Factoría Difácil on Vimeo.
Horarios: A las 20 horas el segundo y el último domingo de cada mes.
Precios: Las visitas son gratuitas para niños de hasta siete años. Hasta 17 años costarán 2,50 € para residentes y 5,- € para no residentes. Los mayores de 18 años abonarán 5,- € si son residentes y 10,- € si no lo son. Hay precios especiales para familias.
Reservas: Para poder participar en una visita hay que llamar antes al Museo Monográfico, ya que hay un límite de 20 personas por recorrido. El teléfono es el 971 301 771.