Cuando habla de la Ibiza que le gusta, Eduardo Navarro concentra la mirada en un único enclave, uno que, aunque representa la isla, no se encuentra en ella: Es Vedrà. El islote, al alcance de su horizonte con apenas dar unos pasos, simboliza al individuo y al artista, a las vacaciones estivales con sus padres y a las fascinantes formas de la naturaleza que inspiran sus creaciones. Intimidad y exhibición en un mismo territorio. Tras su primer invierno en la isla, este artista valenciano que ha pasado los últimos 20 años en Munich ha decidido fijar su residencia en Ibiza e instalar aquí su taller, “gracias a las interesantes colaboraciones artísticas y comerciales existentes en la isla, muy atractivas para el arte digital”.

Los cuadros pintados por su progenitora y una de las hermosas esculturas de luz diseñadas por él contextualizan el espacio físico y creativo por el que se mueve hoy Eduardo Navarro: “de mi madre heredé la sensibilidad estilística, pero mi pasión por el diseño lo adquirí durante el master que realicé en el Royal College of Art, en Londres, donde descubrí la obra del genial Ingo Maurer y tuve como director de proyecto a Ron Arad”. Lo analógico y lo digital conforman la base de su obra desde que imaginó La pecera, su primera instalación de arte generativo, la cual llegó a estar expuesta en Tokio en la MDS Gallery, de Issey Misake. Miami, Bruselas, Nueva York, Barcelona, Munich y Valencia son otras de las ciudades donde Eduardo ha exhibido un trabajo pulcro y coherente que no abandona el constante diálogo que el artista mantiene entre el mundo natural y el artificial, entre lo establecido y lo aleatorio.

La dualidad que marca el universo de su trabajo se traduce en el uso preferente del blanco y el negro, “colores idóneos para resaltar las estructuras orgánicas en las que me inspiro y lograr profundidades con efecto 3D”. Huesos, calaveras, corales, raíces, ondas marinas, células, iris, caracolas, hojas, flores e incluso famosas obras de arte evolucionan mediante técnicas digitales hasta convertirse en un nuevo y poético objeto visual, ya sea una imagen estática o un vídeo. “En los últimos años me he centrado en la producción y comercialización de arte NFT, sound design y VJ shows. Ahora, además, recupero la faceta de diseñador industrial para retomar mi proyecto de esculturas de luz, un trabajo que me dio muchas alegrías. Creo que todo tiene mucho encaje en la isla, tanto para coleccionistas como para hoteles, restaurantes y clubs”.

Entusiasmado con la nueva etapa, Eduardo Navarro encuentra en Ibiza un escenario en consonancia con su creatividad, gracias a la fuerte presencia de lo natural. Los atardeceres, las puestas de luna, el eterno horizonte marino y el paisaje pétreo de los acantilados han acompañado al artista durante su primer invierno en la isla, “toda una experiencia después de tantos veranos. Estos meses he redescubierto el norte, que apenas conocía, y he podido comprobar que aquí hay gente más imaginativa que en Munich. Aquélla ciudad expulsa al artista, todo es muy esnob, pero aquí estoy encontrando gente con sensibilidad similar a la mía” Esa Ibiza, la creativa y la pausada, es la que nutre a Navarro personal y artísticamente: “nunca me han interesado las discotecas; nuestra casa de veraneo siempre fue para mi como un monasterio donde recargar energías. Ahora, se ha vuelto también mi taller. Lo único que lamento es que cada año queda menos de la Ibiza de antes y cada vez me cuesta más encontrar los chiringuitos de siempre. Lo que no cambia es mi relación con Es Vedrà: después de tantos años, aún me sobrecoge descubrir el perfil de esta roca asomando tras una curva o luciendo imponente frente a la costa”

Las salinas en invierno, Cala Escondida y la granja ecológica de Can Cristófol son algunos de los enclaves que puntean el mapa de la nueva biografía de Eduardo en Ibiza, una isla cuyo nombre convertido en hashtag da como resultado más de 19 millones de imágenes y vídeos en Instagram: “Vivimos en un mundo muy visual y la experiencia en sí ha perdido valor. Las fotografías se acumulan, pero no se disfrutan. La gente joven sólo ve los últimos cinco minutos de un partido de fútbol. ¿Cómo disfrutará del arte la generación Tik Tok? El mundo digital es una mentira, pero también el mundo real” Y de nuevo, la dualidad. Un puente que el artista transita una y otra vez. Como el propio negocio del arte: “La obra analógica nos resulta más próxima al disfrute porque falta que incorporemos los marcos digitales a nuestras paredes, pero las NFTs proporcionan al artista un derecho nuevo inimaginable antes: poder cobrar un royalty en cada una de las transacciones futuras de la obra vendida”. Lo artificial nutriendo a lo orgánico. Y viceversa.

Eduardo Navarro

www.eduardonavarro.com

 

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