Junto a la iglesia de Sant Carles de Peralta se halla uno de los establecimientos más conocidos, a la vez que queridos, de la isla. Nos referimos, por supuesto, al bar Anita, o Ca n’Anneta, según se prefiera, que sin duda se ha convertido en el estandarte de la bohemia y un sector de la intelectualidad de la Eivissa rural, con permiso de los no menos legendarios Can Costa de Santa Gertrudis de Fruitera y Can Berri de Sant Agustí d’es Vedrà. Son bastantes las personas que definen el viejo bar y restaurante de Ana Marí Torres como uno de los pocos reductos, quizás el último, del movimiento hippy, aunque a sus actuales propietarios no les entusiasme el calificativo. Huyen de los encasillamientos. ¿Exageración o realismo? Ustedes siempre tendrán la palabra definitiva.

Desde luego, el lugar sigue invitando a dejar transcurrir las tardes plácidamente tomando café o las famosísimas hierbas artesanales. El espíritu de la Eivissa tradicional, que aquí todavía perdura, se ha complementado con esos toques de modernidad e incluso ‘glamour’ tan necesarios para subsistir, evolucionar y poder competir en condiciones de igualdad. El horno de leña ya no funciona, pero embellece lo suyo. Este histórico negocio nos sorprende a pesar de los enormes cambios registrados a su alrededor. Y ahí radica su encanto.

Botellas por doquier, cuadros de diferentes estilos, varias ánforas, una mesa de billar, la solicitada pantalla de televisión gigante, trofeos deportivos y, sobre todo, los aromáticos recipientes de vidrio del dulce brebaje típico definen una estética imperecedera, si bien los vetustos buzones de correos —fabricados con madera— y la cabina telefónica, dos elementos inolvidables, ya pertenecen a la memoria colectiva de parroquianos y residentes, tanto autóctonos como extranjeros, en especial alemanes. También numerosos turistas, claro. Se respira antigüedad y, al mismo tiempo, aire fresco. Han sabido adaptarse a las circunstancias. El Anita no debería morir, nadie lo desea. Más que un bar, representa una filosofía vital.

Inició su andadura a finales del siglo XIX, así que estamos hablando de una verdadera reliquia arquitectónica y una institución social, no sólo de Sant Carles, sino del resto de las Pitiusas. Ocupa una casa payesa que había pertenecido a Josep Noguera, ‘Pep Benet’. Su vástago Antoni no llegó a regentarlo porque se vio obligado a emigrar a América, como tantos paisanos. El local, que en sus orígenes se llamó Can Pep Benet y Sa Botiga, pasó después a Ana Marí Torres, quien lo acabaría cediendo a su hijo, y nieto del fundador, Néstor Noguera Marí. De antigua tienda de comestibles se transformó en uno de los mejores puntos de encuentro, ideal para las tertulias y las conversaciones tranquilas, sin prisa. Una familia, a través de diferentes épocas, ha sacado las castañas del fuego. Eso se denomina absoluta fidelidad a las raíces de un pueblo y de una gente.

Ana, Anita, Marí Torres recibió en 2005 el premio Ramon Llull del Govern balear gracias precisamente a su amor y sabiduría a la hora de producir las hierbas, un licor ancestral de sabor dulce y penetrante. Este anisado se elabora a partir del tomillo, el hinojo y otras plantas de los campos y los bosques ibicencos. Nada de exportaciones, todo nuestro. A la hora de beber, moderación. Hay que cuidarse de las borracheras pues, a semejanza de la absenta, el delicioso líquido se sube a la cabeza a la velocidad del rayo. A ella, afortunada poseedora de la fórmula mágica, no le gustan demasiado las entrevistas. Habrá que arrancarle el secreto con diplomacia, astucia y simpatía. De lo contrario, nos quedaremos a dos velas.

Además de hierbas, los camareros despachan otros aperitivos magníficos. Por ejemplo, el ‘mesclat’, que combina palo, vermut oscuro (rojo o negro), unas gotas de ginebra y sifón a voluntad. Coctelería insular en estado puro y duro. Sin embargo, dejó de servirse el añorado ‘suissé’ (absenta, jarabe de limón y agua). Una lástima.

Rostros muy populares del mundo del cine, las bellas artes y el deporte de élite han desfilado por el Anita. Recordemos los nombres de algunos clientes importantes, algunos de ellos ya desaparecidos: Los actores Terry Thomas y Fernando Rey, el pintor Erwin Bechtold, la cantante Nina Hagen y los ilustres campeones automovilísticos Keke Rosberg y Niki Lauda. Pero hoy acoge a estrellas y personajes anónimos, a pobres y ricos, a cualquier visitante, sin hacer distinciones, con los brazos abiertos y el corazón entregado.