Existe en Ibiza un lugar que permanece prácticamente igual que hace 100 años. Sobre la colina del Puig de Missa de San Miguel, junto a su preciosa iglesia fortificada, el bar-estanco de Can Xicu de sa Torre es uno de esos lugares que asisten imperturbables al paso del tiempo. Un local cargado de encanto que destila esa calma que parece casi imposible encontrar en la Ibiza de hoy.
“Aunque hoy parezca casi imposible de creer, cuando yo era pequeña San Miguel estaba muy de moda, la primera copa los sábados se venía a tomar aquí, los bares estaban a tope, había baile para los mayores…”, nos cuenta Tita Planells, encargada del local. El local siempre ha estado en manos de su familia y ella se hizo cargo hace 2 años tomando el relevo a su hermana Cati, quien a su vez cogió el testigo de su madre para continuar el legado. Para ellas es algo “casi sagrado”, por eso se han esforzado en mantener la identidad del lugar. Por lo que han podido remontarse en la historia familiar, el local lleva abierto casi 130 años. Lo abrió el padrino de sus abuelos, que luego se lo pasó a éstos. Más tarde lo llevaría su tío materno Xicu, de quien toma el nombre y que, no se sabe si por visión o austeridad, mantuvo esa esencia original que aún conserva.
En tiempos de los abuelos de Tita el local era el epicentro de la vida social del pueblo. Los sábados se acercaba hasta aquí el juez de paz y también fue la sede de la primera sucursal de la Banca March. En tiempos de escasez, cuando los hombres emigraban a Cuba o Argel, el abuelo era el encargado de leer y responder las cartas que enviaban allí a sus mujeres, la mayoría analfabetas, pues era estafeta de correos. También guardaban la llave del cementerio. El cura regaló a los abuelos una enorme moledora de almendras que aún conservan. Cuando llegaba el tiempo de preparar la salsa de nadal, dulce navideño típico de Ibiza, todo el pueblo venía con su saquito de almendras a moler por turnos, “gratis por supuesto”, aclara Tita, y ya se quedaban a tomar algo en el bar. Más adelante los hippies empezaron a frecuentar el local para recoger los giros postales que les enviaban desde toda Europa sus acomodadas familias. De esa época conserva esa mezcla de personas y culturas muy diversas, que llegan atraídas por su tranquilidad única. Y es que en este lugar donde no hay música, salvo que se monte un improvisado concierto, y que sólo tiene una mesa en el exterior es habitual sentarse a compartir conversación, espacio o una partida de backgammon con desconocidos. Todo el mundo habla con todo el mundo, un poco a la manera en que era antes Ibiza.
Durante la Guerra Civil el pintor valenciano Amadeo Roca pasó mucho tiempo en un pozo por temor a ser encarcelado. Cada noche salía de su escondite y se acercaba al bar, donde los abuelos le daban de cenar. De aquella amistad aún quedan varios cuadros del artista decorando las paredes. Villangómez, probablemente el literato más famoso de Ibiza, pasó 5 años como profesor de la escuela de San Miguel y todas las noches iba a jugar a las cartas al bar. Como recuerdo de la época que siempre consideró más inspiradora de su carrera queda una estatua del poeta frente a Can Xicu.
El local cuenta con un pequeño museo de instrumentos tradicionales y fotografías antiguas en la sala interior. Y es que la pasión del padre de Tita ha sido siempre el folclore y, con ayuda del cura, creó la muestra de baile payés que hay cada jueves en la Iglesia de San Miguel desde hace 40 años. Lo que ya no podrás encontrar aquí son las famosas hierbas ibicencas que preparaba, según una receta secreta, Cati Planells, y antes su madre y sus abuelos. A pesar de su éxito las dejaron de elaborar hace unos 2 años para no meterse en problemas ante el aumento de controles sanitarios. Aun así, merece mucho la pena acercarse a conocer este local peculiar que sigue anclado a una Ibiza hoy casi extinguida.