“Petit” tiene 53 años, pero luce impecable como el primer día. Resguardado en su caseta varadero en la preciosa playa de Benirràs, listo para salir al mar, este llaut nació en una Ibiza que ahora nos cuesta imaginar. Una Ibiza sin turistas, sin hoteles ni apenas construcciones, una tierra virgen de payeses a los que en ocasiones costaba encontrar algo que echar al plato. Y es que en aquella Ibiza se pasaba hambre de verdad.

Joan Escandell nació y creció en el Puerto de San Miguel, donde su familia poseía una gran cantidad de terrenos, incluyendo bosques de pinos y cultivos.  En aquella época, hablamos de principios de los años 60, la tierra sólo valía lo que se pudiera cultivar en ella.

“Los barcos me han gustado siempre”, dice Joan. Y nos cuenta que desde niño se escapaba a la playa, donde contemplaba y en ocasiones acompañaba a los pescadores de la zona, que con sus pequeños botes de recreo salían a buscar unas pocas piezas para comer y, si sobraba algo, regalar o intercambiar por patatas con familiares y vecinos. Joan se sentía fascinado por ese aire de libertad de la vida en el mar.

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Por eso, con apenas 15 años le comunicó muy solemne a su padre que él quería un barco. El patriarca dijo que le parecía muy bien, sin creer en su determinación hasta que se encontró a su hijo hacha en mano talando pinos. “Joanet, ¿de verdad quieres un barco? Pero, ¿de dónde vas a sacar el dinero?”. Con 7 hijos que alimentar, el padre no podía darle ni un céntimo para ayudarlo, aunque le autorizó a cortar todos los pinos que quisiera. Poco imaginaba entonces la voluntad férrea de aquel joven que tras dos años de duro trabajo consiguió cumplir su sueño.

Joan consiguió viajar hasta Ibiza y que le presentaran a Juan, el maestro de hacha del astillero que había allí en la época. El maestro le animó a elegir el modelo de barco que más le gustara entre los que allí había, y le dijo: “Tienes buen ojo, ése tiene una proa muy bonita”. Así que le dio las plantillas para las maderas que formarían la estructura del barco, Joan se las ató y emprendió el regreso a casa.

Desde entonces su único objetivo fue construir su barco. Con 16 años encontró trabajo construyendo un zafareig en una casa payesa por el que le pagaban 6 pesetas la hora, “¡en la época era un dinero!”. Con esos ahorros pudo comenzar, pues tenía los pinos cortados, pero aún no había podido moverlos. Hay que tener en cuenta que en aquellos años en el Puerto de San Miguel no había sierras ni herramientas de ningún tipo, ni siquiera llegaba la electricidad, y había que bajar las maderas a Ibiza en un carro tirado por un mulo para que les dieran forma doblegándolas con fuego, y luego volverlas a subir, todo esto teniendo cuidado de no cargar demasiado el carro porque los baches podían hacer volcar la carga. Y es que tampoco había carreteras…

Joan estuvo también un tiempo trabajando en el puerto de Ibiza descargando el cemento que llegaba en la bodega de los barcos – para Joan era sólo un medio para poder comprar la caja de clavos que le faltaba para seguir.

Juan, el maestro de hacha, subía cada semana en bicicleta desde Ibiza a San Miguel para supervisar los trabajos. Hablamos con Juan, su hijo, también maestro de hacha, como su padre y sus tíos, “los hijos ya no han querido mantener la tradición”. Está a punto de jubilarse y Joan se lamenta, aunque aún hay gente joven en el oficio, afirma que cuando eso ocurra se perderá a uno de los mejores, un artista, un hombre con una intuición “casi mágica”. Y es que, como ambos señalan, no hay dos maderas iguales en un barco.

Así, a lo largo de dos años, Joan con su inseparable plantilla fue cortando árboles, recogiendo la madera necesaria y trabajando siempre que podía para ir sufragando los gastos del llaut. El ‚Petit’ se construyó exclusivamente a mano, debajo de un pino, a 800 metros del mar. Cuando se terminó, medio pueblo salió a ayudarle, arrastrándolo por encima de troncos de madera hasta el agua. Aunque ahora posee también uno de mayor tamaño para abastecer su restaurante, el 2000, el ‚Petit’ sigue saliendo a faenar y se le puede admirar llegando a la playa de Benirràs cargado de pescado fresco. No son pocos los que lo siguen y aprovechan para elegir la pieza que quieren comer ese día. A Joan se le iluminan los ojos cuando habla de este barco que mantiene en perfecto estado. Un barco construido en una isla que ya no existe: “Parece mentira, en 50 años lo que ha cambiado Ibiza”.