El fundador del Grupo Domus Vivendi, Thomas Oellig, sabe cómo hacer que un sueño se haga realidad: “No hay nada imposible. He conseguido todo lo que me he propuesto, y hoy en día sigue siendo así. Pongo toda mi energía y creatividad en lograr mis metas, simplemente no me paro y pienso: Ay, no va a funcionar. Al contrario, hago todo lo que puedo para lograr que funcione. También apoyo a todos los que me rodean que quieren y hacen lo mismo”.

El grupo de empresas Selfmade Man ha facturado más de mil millones de euros en los últimos 13 años, y no es casualidad. Oellig tuvo claro desde adolescente la necesidad de triunfar para ganar dinero a base de instinto, creatividad, voluntad y determinación.

“Crecí en una familia de clase trabajadora sin dinero, pero a los 14 años quería una moto, así que repartía periódicos durante mis vacaciones escolares y me pagaban 10 marcos a la semana. Como los repartidores habituales estaban de vacaciones, aproveché la oportunidad y me hice cargo de sus zonas, pero llegó un momento en que no podía abarcar más así que contraté a mis amigos, les pagaba 7 marcos a la semana a cada uno, y me quedaba con 3. Fue una época de aprendizaje que me enseñó cosas básicas: multiplicarse ayuda a tener éxito, tienes que mantenerte siempre en movimiento y tienes que hacer más que los demás. Y hay que trabajar los fines de semana o cuando otros descansan”.

Ese es el punto de partida de un singular cambio profesional que empezó como minero. Oellig explica cómo llegó a esta conclusión: “Realmente empecé a trabajar justo después de la escuela primaria, a los 15 años, en las minas del Sarre. Al mismo tiempo, hice mi formación como minero / técnico hidráulico, y todas las mañanas me levantaba a las 4.30 para hacer el largo viaje y empezar a trabajar a las 6.00h, era un trabajo duro”.

Era un adolescente que estudiaba de noche para sacar el bachillerato, “porque quería estudiar empresariales en Tréveris. A los 18 años tenía el bachillerato en el bolsillo y aún me quedaban 9 meses para empezar la universidad, así que aproveché ese tiempo para ganar algo de dinero”.

En una consultoría de inversiones que se percató del talento de Oellig, le formaron y le contrataron como jefe de equipo: “Tenía que dirigir al personal de ventas, algo que conocía muy bien de mi grupo de ventas de periódicos (risas). De lo que no me había dado cuenta era de cuánto dinero podía ganar con ello. Me dije: deja los estudios, monta tu propio negocio y vuela”.

Y así lo hizo. Con tanto éxito que su asesor fiscal le dio lo que resultó ser un consejo revolucionario cuando sólo tenía 19 años: “Tenía que invertir en el sector inmobiliario, de lo contrario pagaría demasiados impuestos, y es que en aquella época aún existía el modelo fiscal berlinés”.

Oellig lo entendió de inmediato y construyó una casa de seis viviendas en un terreno que compró. “En cuanto estuvo construida, varios empleados preguntaron de parte de sus clientes si vendía pisos individuales. Claro, dije, puse un precio… y volaron. Uy, ¡esto da aún más dinero!”.

Y el joven Thomas Oellig, de 21 años, de Sarre, se convirtió en contratista de obras. Necesitaba una oficina, así que se construyó un edificio de oficinas y fundó tres empresas. “Una para promotores inmobiliarios, que llegó a tener 50 empleados en 10 años, otra que sólo hacía planos de edificios, con 20 personas, y una empresa de tuberías, con 100 empleados. Vendí todo y continué en el extranjero, entre otros lugares en Mallorca e Ibiza. El tiempo era más agradable que en Alemania y había más libertad”.

Algo que no habría sabido si alguien de su entorno no le hubiera contagiado tanto del fuego ibicenco: “Mi colega, con el que siempre iba de vacaciones a esquiar, no paraba de hablar de Ibiza. Pero yo no quería ir porque pensaba que era una isla de drogas. Entonces me convenció para que viniera y en el verano de 1996 me enseñó la verdadera Ibiza, que todavía hoy me encanta. Después de aquello, volaba aquí prácticamente todos los fines de semana e incluso animaba a mis empleados: ‘Si conseguís tal o cual objetivo, iremos a Ibiza como incentivo’.”

En 1998, en uno de estos viajes, Oellig conoció a su futura esposa, que estaba en un estudio de grabación produciendo discos de estrellas como Mike Oldfield (icono del rock cuyos álbumes conceptuales “Tubular Bells” 1 y 2 son hitos en la historia de la música). “Fue muy rápido, tuvimos hijos enseguida (risas) y no podían crecer en un hotel, sino en un hogar estable, así que compramos dos pisos en la proyectada Residencia Peralta San Carlos, que aún no se había construido. Me preguntaron si podía hacerlo. Sí, podía. Los 36 pisos y los 18 locales comerciales aún siguen en pie”.

Oellig lo cuenta con una mezcla de orgullo, alegría, humildad y gratitud, y es que también en este caso su instinto le llevó al lugar adecuado, en el momento adecuado y con las personas adecuadas, a quienes pudo devolver algo valioso con creatividad, ganas de actuar y determinación, algo que sigue haciendo con entusiasmo:

“Ibiza es mística, tiene algo mágico. Aquí me siento cómodo, seguro y como en casa, y aunque ahora vivimos en Kitzbühel, intento pasar el mayor tiempo posible en mi segundo hogar. Siempre se conoce a gente estupenda, y a diferencia de Mallorca, donde todo está organizado de una forma comparativamente sencilla, en Ibiza eres libre. Este trozo de tierra proporciona paz y tranquilidad, aquí puedo ir a la playa con mi iPad y trabajar. Se me ocurren muchas ideas en este ambiente único, el lugar me inspira y despierta mi creatividad para nuevos proyectos y productos. Como muchos turistas, no vengo a Ibiza a gastar dinero: prefiero crear algo para la isla y ganar dinero, activa y pasivamente, en el proceso.”

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