Apenas quedan unos pocos mestres d’aixa en las Pitiüses, casi pueden señalarse con los dedos de una mano. Por desgracia para las futuras generaciones, estos artesanos de los llaüts y las embarcaciones de pequeño formato constituyen una especie en peligro de extinción, a pesar de la puesta en marcha de la escuela del Consell, ubicada en Santa Eulària. Ellos heredaron los conocimientos de sus antepasados y, gracias a este aprendizaje espontáneo, poseen la sabiduría de las gentes del mar, el buen tacto de los carpinteros y la inteligencia de los campesinos. Ya lo dice Alfredo Planells, fruto de su experiencia: «Antes todos los payeses sabían pescar».

Bassetes es el propietario del bote Ana, con medio siglo de historia, y el llaüt denominado Espadón, casi centenario. Algún día ambas naves pasarán a manos de sus nietos, cumpliéndose la tradición familiar. Naturalmente, Alfredo se ganaba la vida como pescador. Ahora, sin embargo, navega por simple afición. Puro hobby: «Saco vaques, raons, roges, serrans y calamares, según la temporada. Cada vez menos porque los caladeros se agotan. Hay decadencia», explica este jubilado ibicenco mientras efectúa algunas reparaciones en la cubiertan del Ana. Reside en Puig d’en Valls, antaño pueblo tranquilo y hoy una población creciente con aspecto de barriada del extrarradio de Vila.

De un tipo u otro, la flota de buques ligeros de Eivissa se compone de alrededor de doscientas unidades, amarradas sobre todo en Sant Antoni, Santa Eulària y la capital insular. El mar sólo seduce a un puñado de románticos. El bote, tal como se conoce, tiene popa de balandre, y el típico llaüt del Mediterráneo Occidental, aparejado de vela latina y de formas variables, exhibe por regla general dos ruedas (roda y codast o también de proa y popa).

Bassetes utiliza normalmente cuatro anzuelos alimentados con gamba, gerret, sorell y gusano, lo justo para entretenerse: «Sólo pesco de tanto en tanto y, en el momento que ya he capturado el suficiente material, regreso a casa. No me interesa la competición ni batir récords».

Aunque se trate de embarcaciones de características similares, adecuadas para las actividades de recreo, Alfredo indica algunas diferencias notables. Por ejemplo, el llaüt, gracias a su diseño, resulta más manejable y práctico que el bote. Ideal si se piensa en términos de regatas. Los dos barcos, de gran resistencia, alcanzan entre seis y ocho millas por hora de velocidad media, siempre que el viento acompañe. El mantenimiento es fácil y sale barato. Otro apunte: el Ana, cuyo motor llega hasta los quince caballos de potencia, consume tres litros en sesenta minutos. Interesante dato. Y su trazo de corte clásico alegra la vista. Una hermosura de artilugio flotante que ni siquiera mide seis metros de eslora.

Con la ayuda de su amigo Joan Costa (Lluc), vecino de Jesús, se encarga de arreglar los desperfectos de un bote entrañable, hecho de madera y bastantes mimos, perfecto para pescar sin agobios. «Bastarán tres o cuatro días de trabajo», asegura acariciando suavamente la quilla del Ana. El plástico, moderno y funcional, se está imponiendo en los clubes náuticos, pero el pino, dúctil y fuerte, sigue marcando estilo. Los verdaderos marinos, de pies a cabeza, prefieren mantenerse fieles a la historia.